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EL PARAÍSO DE LOS CREYENTES
JUAN CRUZ PEDRONI

LENGUAJE VISUAL
LUCÍA DELFINO

UN PRECEDENTE DE RELÁMPAGO
JUAN MANUEL FIUZA

SOBRE LENGUAJE VISUAL
CAROLA BERENGUER

INTERFERENCIAS
PAULA MASSARUTTI

EL ORIGINAL ES ALGO IMAGINARIO
JUAN SIMONOVICH

EL SALÓN DE LOS RECHAZADOS

HILARIO
 
EL GRANO XEROX
PABLO SCHANTON
 
ESTILO E ICONOGRAFÍA
GASPAR NUÑEZ
 
ESTILO E ICONOGRAFÍA
JUAN CRUZ PEDRONI
 
SEDUCCIÓN Y NOSTALGIA
NICOLÁS PONTÓN
 
LA REALIDAD DE LA LUZ
GUILLERMINA MONGAN  
 
EL DÍA ES UN ATENTADO
LEANDRO MARTINEZ DEPIETRI  
 
THE DAY IS AN ATTACK
LEANDRO MARTINEZ DEPIETRI 
 
EL DÍA ES UN ATENTADO

SEBASTIÁN VIDAL MACKINSON  

EL DÍA ES UN ATENTADO
HERNÁN BORISONIK

SLIDESHOW
LUCÍA SEIJO

EL PARAÍSO DE LOS CREYENTES

Los proyectos que pueden ser asignados al arte de archivo son un trabajo de pos-producción sobre documentos que ya existen y, –como observaba Hal Foster– la preparación de escenarios de investigación futuros. Subidos al tiempo que les presta una cosa diferente de ellos mismos y detenidos en el umbral donde una tercera podría comenzar, esos proyectos parecen carecer de su propio espesor temporal ¿Qué puede emerger con ese intervalo? Apenas un desfasaje, pero también un nuevo reparto de lo sensible: la invención de un corpus en el lugar donde había solamente una dispersión. Donde los hábitos de clasificación estabilizados por la práctica social no acertaban a verlo, la imaginación ve nacer el cuerpo de un archivo.

El paraíso de los creyentes, de Nicolás Martella, responde a una línea clásica en el arte de archivo que se pregunta por la regla de formación de los enunciados. A lo largo de años, el artista coleccionó libros cuyos títulos comienzan con el sintagma tetrasílabo “El arte de”. Al aplicar esa ley de consignación sobre la totalidad de los libros publicados, sin hacer discriminación de tema (indiferencia típica del archivista), las ocurrencias que surgen remiten a los ámbitos más dispares de la práctica social: El arte de ser egoísta, El arte de tirar el tarot, El arte de besar, son algunos ejemplos. La figura retórica que gobierna el conjunto es así la anáfora, la repetición de palabras en el comienzo de un enunciado. El resultado es exhibido en el escaparate de una galería.

El punto de partida del proyecto parece haber sido una comprobación: la imposibilidad de imaginar la existencia de un libro sin título. Aquel que no lo tenga, fatalmente, lo recibirá, cuando las rutinas de las bibliotecas impongan su necesidad. De ahí la provocación de mostrar a través de títulos, el absurdo de una fórmula editorial y sus barrios aledaños: exponiendo una multitud de apetencias y voluntades, la institución del título se revela como un artefacto arbitrario.

No hay nada abusivo en llamarle arte a cada unas de las disciplinas nombradas de ese modo en las tapas de esos volúmenes. En la mayoría de los casos esas artes son técnicas culturales de subjetivación que podrían pensarse como descendientes lejanas y particulares de la eudemonología, esa rama de la filosofía práctica encargada de arrimar al humano su felicidad.  Si tomamos el concepto de arte en su sentido premoderno, donde el arte se asume como actividad poética, el uso del término no es excesivo: la especificidad de las formas poéticas exige, también, su pluralidad. Tampoco lo es si lo tomamos en su concepción posmoderna: para ésta, esperar consecuencias concretas de la operación estética no es una expectativa reñida con la pretensión de artisticidad. El desajuste aparece solamente a la luz del concepto moderno de arte, que exige tanto el uso de la palabra en singular como la ausencia de finalidad.

 Dos datos completan el dispositivo estético diseñado por Martella. El título elegido para el proyecto remite a un gesto cognitivo de confianza en el libro como la sede de una verdad y por lo tanto a una imagen del lector modelada por la aceptación de una transparencia. El título, en este caso, es la operación que sella una distancia irónica. El segundo elemento se encuentra en la vidriera. En el siglo pasado las librerías convirtieron sus frentes vidriados en aparatos destinados a exhibir las tapas de libros, que se producían de formas cada vez más enfáticas y apelativas. En el escaparate, las tapas de los libros están en la visibilidad del medium para el que fueron diseñadas –visibilidad inherente a la construcción de la mercancía–. Pero, en su aparición simultánea, se muestran inscriptas en la trama de una regularidad heteróclita que, lejos de ordenar, nos deshabitúa.

 

 

Nicolás Martella, El paraíso de los creyentes, Buenos Aires, Galerías Larreta, 27 de agosto – 3 de septiembre  2023.

 

JUAN CRUZ PEDRONI

REVISTA OTRA PARTE

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